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Mostrando entradas de mayo, 2020

NOS VEMOS EN EL INFIERNO (segunda parte:final)

Al principio no comprendí el enfado de José. Me había fijado en como la cesta salió rebotada y luego de volar unos metros quedó tumbada boca abajo. Poco después nuestro guía se agachó y pasó la mano sobre la tierra removida del bosque. Entonces empecé a entender lo que había sucedido. Al mirar hacia delante comprobé que todo el suelo del bosque estaba "peinado", vuelto del revés en unos surcos que habían arrancado cuanto formaba el manto vegetal.  Estaba claro, ese día no cogeríamos "rovellons", níscalos, pero eso carecía de importancia. En realidad habíamos salido a dar un paseo por el pinar. Si, además, conseguíamos unas setas, mejor que mejor pero si volvíamos de vacío no pasaba absolutamente nada.           - Lo han jodido todo, los muy cabrones. Entonces él nos explicó, como algunas brigadas de delincuentes se organizaban en grupos, montaban en furgonetas y armados de rastrillos expoliaban todos los montes para cargar doscientos o trescientos...

NOS VEMOS EN EL INFIERNO (primera parte)

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Cuando uno era tiernamente joven ( y no solo de espíritu, es decir, de boquilla), de eso hace ya unos cuantos años, un grupo musical español, vasco para más señas, que respondía al nombre de Dinamita pa los pollos, popularizó una canción sencilla y pegadiza, sin más pretensiones que gustar y ser bailada por todos. De su letra, más allá de las cuatro palabras que conforman el título,  hasta el día de hoy, en que he acudido a Internet, no guardaba absolutamente ningún recuerdo pero su estribillo se repite, contra mi voluntad, en mi mente con machacona insistencia:  Nos vemos en el infierno . Se repite mientras contemplo como los albañiles trabajan frente a mi despacho, al otro lado de la calle, lo hacen provistos de guantes y mascarillas reglamentarias para protegerse del aliento de sus compañeros.  Se repite mientras leo las cifras que hace oficiales el gobierno y que, seguramente a la baja, hacen referencia a los estragos que la pandemia genera. Se repite mi...

HIKIKOMORI

Esta misma tarde, mientras contemplaba el pedazo de calle que se observa desde el despacho, he descubierto una escena que imaginaba extraña, excepcional y que, después de consultar algunas fuentes de información, no lo era tanto. Me refiero al hecho de que un niño no quería permanecer en la vía pública, aprovechar ese espacio de tiempo que se les permite a los más pequeños para relajarse del confinamiento a que han estado sometidos durante semanas. Para cuando escribo estas líneas ya hace unos días que a los niños se les permite salir. Sin embargo, mi infantil protagonista tira con fuerza de la mano de su progenitor y patalea para regresar a casa, para volver a encerrarse en su minúsculo cuarto.           Hikikomori. En Japón, alrededor de dos millones de personas (en su mayor parte jóvenes) viven recluidos en sus viviendas, en sus dormitorios. Son los Hikikomori. Permanecen durante años aislados del mundo, sin atreverse a interaccionar con su sociedad, con s...

Cargols (caracoles) a la llauna

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En una de las esquinas de la selva meridional (sur-sudoeste) que cierra la espalda de mi hogar, hay, casi engullida por los ímpetus de la primavera, una vieja y desusada caseta de perro. Sí, es cierto que, para el día en que se escriben estas líneas, tan solo una de sus esquinas queda oculta por la enredadera, pero no es  necesario poseer un título de la Universidad de Cambridge, como ingeniero forestal, para intuir que, antes de que la estación termine, la madriguera quedará sepultada bajo un lecho de hojas de hiedra.           Muy de vez en cuando me asomo a la caseta. No es fácil llegar hasta ella. Y no guarda nada especial para la familia. Es solo un mueble: mi perro (su legítimo propietario) no la utilizó nunca porque le parecía más oscura que el salón de casa y, sobre todo, porque prefería estropearnos el mullido estampado del sofá a dormir sobre la fría madera de su suelo.           Sé que no todas las criaturas de l...