Cargols (caracoles) a la llauna
En una de las esquinas de la selva meridional (sur-sudoeste) que cierra la espalda de mi hogar, hay, casi engullida por los ímpetus de la primavera, una vieja y desusada caseta de perro. Sí, es cierto que, para el día en que se escriben estas líneas, tan solo una de sus esquinas queda oculta por la enredadera, pero no es necesario poseer un título de la Universidad de Cambridge, como ingeniero forestal, para intuir que, antes de que la estación termine, la madriguera quedará sepultada bajo un lecho de hojas de hiedra. Muy de vez en cuando me asomo a la caseta. No es fácil llegar hasta ella. Y no guarda nada especial para la familia. Es solo un mueble: mi perro (su legítimo propietario) no la utilizó nunca porque le parecía más oscura que el salón de casa y, sobre todo, porque prefería estropearnos el mullido estampado del sofá a dormir sobre la fría madera de su suelo. Sé que no todas las criaturas de l...