miércoles, 17 de octubre de 2018

Buenos días, otoño.



Buenos días, otoño...


Yago, el perro de aguas español ,que aparece en la novela La voz del río (es el de la derecha).



Amanece y ni rastro del mochuelo. 
Probablemente tuvo una noche movidita, con sus ratoncillos de campo, sus luciérnagas encandiladoras y, ¿por qué no?, alguna mochuela con ganas de diversión. De lo que hacen los mochuelos por la noche es mejor (el consejo es también aplicable a los hijos) pero mucho mejor, no enterarse o, como mínimo , hacer como que uno no se entera de nada o casi nada
Athene noctua, es  el  nombre científico del mochuelo, mussol en estas provincias del nordeste español, en latín y don Petronio,  para amigos y vecinos, se ha ido a dormir, escondido en algún lugar seguro y alejado de miradas indiscretas.
En fin, que mi pequeño mochuelo haciendo honor a su apellido científico noctua, descansa durante la mañana.

Hoy el día se levanta fresco, se diría que casi frío. En días como este uno agradece tener un lugar donde ir a mear sin tener que sacársela por ahí, en medio del monte y luego preguntarse si  debido al fresquito un tanto incisivo, una parte del cuerpo (de las más sagradas)  le ha desaparecido o una mutación inesperada ha decidido cambiarle un cromosoma ¿el X o el Y? y además meterle un buen número de neuronas en el cerebro. Bueno, tanto da. Neurona arriba, neurona abajo. Lo importante es que el orinal de casa está al lado de la chimenea y guarda el calor que da gusto.
 Eso sí, para salir de casa, hay que abrigarse. Un forro polar, pantalón largo y zapatillas de trail para patear por los caminos. Se podría coger un paraguas pero cargar con él suele ser  un engorro. Y, después de todo, se plantean dos opciones principales. Puede llover mucho, como si el cielo se abriera y los  ángeles, arcángeles y dioses del Olimpo se hubieran olvidado de llamar a un celestial fontanero. También es posible un llover poquito, escaso,  al estilo de lo que los vascos llaman chirimiri y los catalanes llamamos calabobos.  Veamos, si llueve poco tendré tres opciones a saber, guarecerme debajo de un árbol, regresar a casa corriendo o hacer honor al calabobos y calarme como eso que se intuye. ¿Y si llueve mucho? Entonces me mojaré, ya me esconda en el roble más tupido del bosque o corra como un poseso en busca del hipotecado tejado de mi hogar. O sea, que si me mojo poco bien y si mucho también. Tanto da. Ya me apañaré.

Comenzamos a andar, buenos días, otoño...
¿Qué me has traído a estas tierras llinasencas?
Andamos, en andamos incluyo dos elementos. El primero es este plumífero  que vierte sus ideas sobre el papel, el segundo es un perro. Un perro famoso, para más señas, se llama Yago y, entre otras proezas caninas, destaca la de aparecer en una magnífica novela titulada La voz del río cuyo autor demuestra conocer, de primera mano las habilidades de mi compañero de paseo:

          Un perro de aguas español canela y blanco que obedecía al nombre de Yago. Este se lanzó al agua y llevó la maroma hasta el muelle, donde el encargado recogió la sirga y la ató al amarradero.


Pues Yago que,  aunque es una estrella de la literatura, me permite acompañarle, tira de mí con fuerza. Se detiene inesperadamente, levanta la pata, vuelve a tirar de la correa y se vuelve a detener. Él va a lo suyo. Yago, al llegar a Can Miret,  hace rato que trota en libertad. Por mi parte intento, sin demasiado éxito,  colocar el brazo con el que sujetaba al lucero perruno de la novela contemporánea española, en su sitio. 
Hoy Can Miret, que es un merendero magnífico, con sus barbacoas, sus pinos en los que se puede mear tranquilamente, sus mesas de piedra y donde se pueden comprar los mejores huevos frescos de la zona, a estas horas esta vacío o casi. No es lo normal. Pero se conoce que el frío hace que las mamás prefieran aguantar a los niños en el pisito del extrarradio de Barcelona a disfrutar de la libertad que ofrecen estos lares.
Unos centenares de metros más adelante nos encontramos con las vacas de Capa. Capa (si es que se escribe de este modo) hay dos. Capa padre y Capa hijo. Capa padre, saluda quedo. Capa hijo levanta la mano y sonríe. Bueno, cuando Capa padre se cruza con una mujer que le sonríe saluda un poco más. Tampoco mucho más, no se vaya a creer. El que escribe estas líneas saluda a lo grande  y se reverencia ante los dos. Quien garabatea las palabras piensa que la mejor manera de que nuestras tierras sigan siendo lo que son y que nuestros hijos puedan seguir contemplando (a la caída de la tarde, a la noche) al mochuelo son estos labradores, pageses, que trabajan los campos con conocimiento y aplicación.
En el camino que lleva hacía Sant Antoni y luego a Sant Pere y más allá a Canoves y a La Garriga, las vacas pastan, retozan sobre la hierba o, las que pueden, dan de mamar a sus terneritos. Son un par de rebaños de vacas, vacas que no son tudancas, como las de mi pueblo, allá en la frontera entre Santander y Palencia, pero podrían serlo. Vacas que parecen retinas pero que a lo mejor no lo son. Eso sí, son vacas que campan a sus anchas. Muchas de ellas con sus cuernos bien llevados y todo. Otras los tienen cortados. Quizás estas últimas tienen más mala leche pero definir de esta forma a una vaca lechera tiene sus riesgos y, en estos días, ¡Buenos días, otoño! acompañadas de lo que en la lejanía aparecen como unas manchitas blancas que revolotean alrededor de ellas y que, al acercarse (después de pasar la alambrada electrificada que impide se escapen y salgan al camino y asusten a las amables señoras que vienen a solazarse desde el pisito del Barcelonés) se descubre que son garcillas bueyeras, Bubulcus ibis, "esplugabous" de esas que se dedican a picotear los bichos que acribillan a los rumiantes.  Al llegar a Can Cucurella uno piensa que La Garriga le cae un poco lejos, unos veinte kilómetros, para ir andando y luego volver. Si hay que hacerlo se hace y ya está, pero como amenaza lluvia lo dejamos para otro día. Pero solo porque amenaza lluvia ¿eh?
Can Cucurella es toda una masía. Una masía hermosa rodeada de campos hermosos. En Can Cucurella todo luce. Empezando por el nombre que tiene resonancias de pájaro cantor. "Cucurella" suena a cucú y, a lo mejor, no se yerra mucho al escribirlo, pero quien lo redacta no pondría la mano en el fuego por esta interpretación, a lo mejor Cucurella es la dulcificación catalana de Kukurrela, el posible nombre de una bruja medieval que vino desde Zugarramurdi hasta esta masía para organizar aquelarres con machos cabríos y no cabríos (que seguro en la zona no le hubieran de faltar si los precisare). Por detrás de Can Cucurella aparece una balsa decimonónica, con sus árboles que se reflejan en ella, sus eneas y su ruiseñor cantarín. Uno piensa que cualquier día tendrá suerte y paseando por el sendero que lleva desde Can Cucurella a la Riera Giola se encontrará con Madame Bovary leyendo una novelita de esas románticas, esperando a que un galán la ayude en su trabajoso adulterio. Pero la Bovary (ni Ana Karenina, ni Adriana Ozores, ni siquiera la Colometa con ser mucho más joven pero que todavía guarda un aire siglo XIX) parecen conocer la balsa de Can Cucurella y uno debe conformarse con ver una tortuga exótica que algún idiota ha echado en la balsa.  Hacia la Riera, a mano derecha hay una madriguera con conejos que cuando nos descubren, corren como velocistas americanos, a la izquierda un nogal, un verdadero y copudo nogal, debajo de él se aparece un bulto marrón, quizás sea un jabalí. Luego, unos segundos después se intuye que no  se trata de un jabalí, ni de un conejazo grande, ni un tejón, ni una garduña... Que se sepa ni los jabalís, ni los conejos grandes, ni los tejones, ni las garduñas vuelan. Y el bulto marrón ha echado a volar. ¡Menudo bicho! Se podría pensar en un águila, pero no, cuando se descubre su aleteo largo y pausado se muestra más parecido  a una cigüeña. Pero por aquí, en Cataluña, salvo una pequeña franja al noroeste, no se dan las cigüeñas (quizás ese es el motivo de esta sea la región europea con un índice de natalidad más bajo) de manera que corremos ¡vamos Yago! hacia dónde, más o menos, se dirigirá en su vuelo y compruebamos que no, que no es una cigueña, es una enorme y elegante garza real, Ardea cinerea, un  "Bernat pescaire" que ha decidido honrarnos con su visita antes de cruzar el estrecho de Gibraltar y llegarse a Balí a pasar el invierno acompañada de jubilados alemanes.

Buenos días, otoño...
El otoño se ha portado bien. Yago y su acompañante regresan a casa, felices, por los paisajes contemplados, por las masías que se conservan, por las tierras cultivadas, por las vacas y sus garcillas bueyeras, por la silueta estilizada de la garza real.
Es hora de volver. Sí. Aspiramos el aroma del bosque, al frescor habitual de la arboleda frondosa, de la Riera que todavía asoma un muy tímido hilillo de agua  aquí y allá, el Sombrerero Loco del bosque le ha añadido un perfume peculiar. Ha repartido sus sombreros a la vera de los caminos, bajo los pinos, entre la hojarasca, al pie de las hayas. Miles de pequeños sombreritos de todas las tallas y colores adornan las arboledas.
Sí. Es tiempo de setas. De ello se hablará si las caprichosas diosas de la memoria, la inspiración y la escritura (o sea, la parienta) nos dan su beneplacito.

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